Gabriel Ramírez Aznar: El triunfo de reliciencia ¿Y por qué no? de la ironía

enero 12, 2023

Menudo lío en el que me metí...pensé, al haber dicho que iba yo a escribir un artículo sobre el homenaje del 85 aniversario de Gabriel Ramírez Aznar. El pintor vivo yucateco más importante en la actualidad. Después de haberme dado a la tarea de escribir sobre él, parto de un inicio: yo a Gabriel Ramírez lo conocí primero, no a través de sus pinturas, sino de sus letras. Leyendo un libro de su autoría bellísimo, cándido, honesto, frontal denominado "Personajes de Yucatán. De la tierra salen voces que hablan", de la colección Biblioteca Básica de Yucatán. En esta joya poco conocida habitan los artículos que el mismo escribió y eran parte del suplemento cultural de un conocido periódico yucateco. En estos textos, con retratos realizados, también por él, uno puede ver a un artista con los pies pegados a la tierra. Sencillo, sin afanes ególatras ni superlativos. Un explorador existencial. Un amigo que trata de saber qué quiere realmente decir la palabra amistad. En este texto aprendí que en él hay una pasión por la honestidad. Por los personajes y temas complejos. Una persona y artista que aborrece la parafernalia, y adora a los antihéroes Kurosawaeskos. Fue hermoso leer en uno de sus textos, la descripción de un encuentro con su amigo Alberto Bojórquez, donde narra cuando él, Gabriel, se despidió de la capital mexicana para venir a Yucatán, donde sentía, iba a esfumarse paulatinamente…quizá en esto último se equivocó. Yo diría que lo poético del asunto, es que él, como un gesto de humildad, explicó de esa manera, el vértigo por estar lejos de la escena del arte de la Ciudad de México. Regresando a Mérida en donde los ecos del vacío eran más altos que los de la mega metrópolis. Y es ahí donde entra la ironía…estos ecos del vacío hicieron – siento yo- que si obra adquiriera una fuerza indescriptible. Un oficio desarrollado en la piedra, sol y dureza cultural de un lugar como Yucatán. Ahí, con la intención de desvanecerse, pasó todo lo contrario. Emergió como uno de los más destacados artistas postmodernidad mexicana. Y sin duda diría yo: el gran artista posmoderno yucateco. Ahora pasemos a la exposición que nos ocupa: la sede es el MACAY, un museo que hasta hace poco luchaba por su sobrevivencia. Sacada a flote, en gran parte, gracias a la vocación de los que actualmente dirigen los destinos del Museo. El sincretismo en el que museo y artista se fusionan parece un acto verdaderamente hecho como un artilugio benéfico del Deux Machina. Pasó, tenía que pasar y ahí está. La exposición se despliega en un salón que puede ser punto de partida de las exposiciones permanentes en las que él también es parte. Y por supuesto, también su querido amigo Fernando García-Ponce. Ahí las obras Hormigas secas, El horror de la tierra, Pintor gordo con tres sillas y tres bichos, Soles nocturnos, Aves violentas, Influencer y Groupie, Caída Azul, Nico vuela con pajarraco, Don Gonzalo pintor trastornado de Sisal y Plaza Grande Urinario Público I -entre otras obras sin título- conforman una hermosa antología del trabajo de un artista inconforme, sarcástico, inteligente y fiel a la vocación a la que se comprometió hace ya muchas décadas. Antes de ver la exposición -como siempre- hay que leer el texto del Curador y Director del MACAY, Rafael Pérez y Pérez. En el texto, Rafael hace un trazo en el que destaca la labor y la importancia de Gabriel Ramírez. No únicamente para el arte en Yucatán sino para todo México. El texto es breve, elocuente, elegante y preciso. Un buen inicio para que después uno pueda sacar sus propias conjeturas, ambientes y deducciones de lo que creemos que pasan en los lienzos. Los arquetipos en las obras son fieles a un estilo. Un trabajo que no busca complacer a nadie. Un trabajo que trata de satisfacer únicamente al propio pintor. Los títulos son a veces breves como un rayo. Y en otros, largos como uno de sus textos. Dicen quienes han trabajado con él en sus textos que la revisión de su trabajo estaba más cerca de la de ser un curador que la de un editor. Hermosa coincidencia dado la complejidad del artista. La obra que más me impresionó fue Plaza grande urinario público I. Maravilloso acrílico sobre tela en el que se logra ver a una persona presumiblemente bajo la influencia del Baco yucateco, así como borbotones de agua que sugieren, surgen de lo que indica el título de la obra… todo compuesto de una forma surreal e inteligente. Hace varios años, cuando la plaza grande de Mérida estaba rodeada de muchas cantinas, quizá fue lo que este lienzo histórico bosqueja. Pero la metáfora no se queda ahí. La plaza grande es un lugar que concentra mucho de la historia de Yucatán, sitio en el que cada uno de sus personajes del libro que escribió, vivieron, y sintieron. Todo esto se despliega ahí…con ironía y sarcasmo, en lo que también fue algo muy humano, muy desperfecto, es decir, un urinario público. Hormigas secas también hacen a uno palpitar y pensar… ¿Por qué? ¿Quiénes son? En un fenómeno que yo también recuerdo en esta península árida. Los colores de Gabriel son los primarios. Pero yo destacaría dos: el negro y el amarillo. El primero es el contraste. El que le ayuda a sacar el automatismo. Y el segundo la luz. Esa luz cegadora yucateca que deja hormigas secas y también soles nocturnos. Un amarillo sin pretensiones. Sencillo, descalzo: que afirma y confirma. Es así como cierro mi nota. Una nota que muy probablemente no va a leer. Porque según leí en una entrevista que le hicieron, él no lee lo que escriben sobre él. Dado que, según dice, todo lo que se escribe sobre pintores se parece. Solo habría que cambiarle el nombre y es otra persona… Con mucha ironía. En una temporada donde los soles nocturnos aún no salen. Cierro pensando en cuándo visitaré de nuevo el MACAY para ver la exposición otra vez. Raúl Gasque. Fuente: Estamos aquí

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